SANTA ROSALIA
Un pueblo de madera y cobre.
Santa Rosalía es uno de los pueblos más entrañables de Sudcalifornia. Sus orígenes se remontan al cabalgar de aquel ranchero de nombre José Rosas Villavicencio, quien desde lo alto de su montura, a lomo de mula, descubrió unas piedras azul-verdes que sobresalían a la vera del arroyo de Santa Águeda. Eran de cobre y tenían formas esféricas, como boleos, de ahí el nombre con que nació El Boleo, empresa francesa que gracias a Rosas, pero principalmente al presidente Porfirio Díaz, llegó en 1885 para quedarse 100 años, aunque se retiró antes, cuando se comenzaron agotar las vetas y sus trabajadores exigieron lo que el derecho de la Revolución de 1910 les permitió.
Durante sus años de permanencia, El Boleo construyó varios pueblos de madera de los que Santa Rosalía fue su centro geopolítico y económico. Dominadora de las serranías de su entorno, así como de la instalaciones marítimas, El Boleo fue en Santa Rosalía la dueña soberana de la fundidora, la fabrica de hielo, la panadería, las casas, el hospital, la escuela, los panteones, y las dos colonias principales: Mesa Francia y Mesa México.
Gracias a la explotación de los yacimientos de cobre, en Santa Rosalía se conserva ahora la única zona de monumentos históricos del estado de Baja California Sur, decretada como tal. En ella se encuentran los edificios más emblemáticos de aquel desarrollo industrial. Destacan entre ellos la iglesia de acero cuyo diseño es atribuido a Gustave Eiffel, el arquitecto aquel de la torre de París. También destaca por su arquitectura y significación histórica el edificio de la Antigua Dirección de El Boleo. Ahí se concentraba al mando que hizo posible que México fuera a fines del siglo XIX el principal productor de cobre en el mundo. Desde luego, gracias también al trabajo de yaquis y mayos, chinos, californios de cuera, y mexicanos más que llegaron de diferentes partes del país para alimentar el esplendor económico de El Boleo durante casi setenta años.
De todos los inmuebles de la zona de monumentos históricos de Santa Rosalía, el más sobrecogedor es el de la iglesia de Santa Bárbara, aunque compiten también La Fundidora y El edificio de la Antigua Dirección de El Boleo. En este último se conserva un extraordinario archivo histórico que da cuenta del proceso histórico de la región. También se alberga ahí una planoteca en la que se pueden encontrar los diferentes diseños de maquinarias utilizadas en el laboreo de las minas y la fundición de metales, así como los planos de diferentes minas explotadas por la empresa. En el mismo edificio se encuentra gran parte del mobiliario original de la época boleriana: sillas, mesas, abanicos, teléfonos, archiveros y escritorios. Se comparten ahí la sala de juntas, la de oficinas, la tesorería, la bóveda para guardar valores, el timón del vapor “San Luciano” y el recuerdo de los trabajadores que laboraron en campos mineros cuyos nombres evocan el pago de culpas capitales: Providencia, Purgatorio, Soledad y El Infierno.
Hoy cuando alguien viaja por ese antiguo pueblo de madera, puede imaginar que todo él fue un día un bosque. Un bosque verde, de fronda amplia, húmeda, con nidos y pájaros. Su paradoja es estar ahí, en la resequedad de unos lomeríos pelones que atrapan sus maderas en medio del desierto. En este instante uno pregunta: de qué lugar remoto del mundo traerían los barcos de El Boleo aquel bosque ahora petrificado en cada hogar? Qué lluvia atraparía un día sus hojas? Dónde está el agua de ese rio? Qué aves volaron sobre él?
¡Ven y vive la experiencia de este místico lugar!
Por Daniel Ismar Murillo Cruz
Un pueblo de madera y cobre.
Santa Rosalía es uno de los pueblos más entrañables de Sudcalifornia. Sus orígenes se remontan al cabalgar de aquel ranchero de nombre José Rosas Villavicencio, quien desde lo alto de su montura, a lomo de mula, descubrió unas piedras azul-verdes que sobresalían a la vera del arroyo de Santa Águeda. Eran de cobre y tenían formas esféricas, como boleos, de ahí el nombre con que nació El Boleo, empresa francesa que gracias a Rosas, pero principalmente al presidente Porfirio Díaz, llegó en 1885 para quedarse 100 años, aunque se retiró antes, cuando se comenzaron agotar las vetas y sus trabajadores exigieron lo que el derecho de la Revolución de 1910 les permitió.
Durante sus años de permanencia, El Boleo construyó varios pueblos de madera de los que Santa Rosalía fue su centro geopolítico y económico. Dominadora de las serranías de su entorno, así como de la instalaciones marítimas, El Boleo fue en Santa Rosalía la dueña soberana de la fundidora, la fabrica de hielo, la panadería, las casas, el hospital, la escuela, los panteones, y las dos colonias principales: Mesa Francia y Mesa México.
Gracias a la explotación de los yacimientos de cobre, en Santa Rosalía se conserva ahora la única zona de monumentos históricos del estado de Baja California Sur, decretada como tal. En ella se encuentran los edificios más emblemáticos de aquel desarrollo industrial. Destacan entre ellos la iglesia de acero cuyo diseño es atribuido a Gustave Eiffel, el arquitecto aquel de la torre de París. También destaca por su arquitectura y significación histórica el edificio de la Antigua Dirección de El Boleo. Ahí se concentraba al mando que hizo posible que México fuera a fines del siglo XIX el principal productor de cobre en el mundo. Desde luego, gracias también al trabajo de yaquis y mayos, chinos, californios de cuera, y mexicanos más que llegaron de diferentes partes del país para alimentar el esplendor económico de El Boleo durante casi setenta años.
De todos los inmuebles de la zona de monumentos históricos de Santa Rosalía, el más sobrecogedor es el de la iglesia de Santa Bárbara, aunque compiten también La Fundidora y El edificio de la Antigua Dirección de El Boleo. En este último se conserva un extraordinario archivo histórico que da cuenta del proceso histórico de la región. También se alberga ahí una planoteca en la que se pueden encontrar los diferentes diseños de maquinarias utilizadas en el laboreo de las minas y la fundición de metales, así como los planos de diferentes minas explotadas por la empresa. En el mismo edificio se encuentra gran parte del mobiliario original de la época boleriana: sillas, mesas, abanicos, teléfonos, archiveros y escritorios. Se comparten ahí la sala de juntas, la de oficinas, la tesorería, la bóveda para guardar valores, el timón del vapor “San Luciano” y el recuerdo de los trabajadores que laboraron en campos mineros cuyos nombres evocan el pago de culpas capitales: Providencia, Purgatorio, Soledad y El Infierno.
Hoy cuando alguien viaja por ese antiguo pueblo de madera, puede imaginar que todo él fue un día un bosque. Un bosque verde, de fronda amplia, húmeda, con nidos y pájaros. Su paradoja es estar ahí, en la resequedad de unos lomeríos pelones que atrapan sus maderas en medio del desierto. En este instante uno pregunta: de qué lugar remoto del mundo traerían los barcos de El Boleo aquel bosque ahora petrificado en cada hogar? Qué lluvia atraparía un día sus hojas? Dónde está el agua de ese rio? Qué aves volaron sobre él?
¡Ven y vive la experiencia de este místico lugar!
Por Daniel Ismar Murillo Cruz
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